Un vistazo a la prensa musical electrónica en España, 2000-2010

Acaba de salir a la venta Warm-Up!, Un vistazo a la prensa musical electrónica en España, 2000-2010 (nausícaä), escrito por Fernando Fuentes con la colaboración de muchos de los protagonistas del tema que trata. Yo contribuí con un capítulo que narra los sinsabores y alegrías de la revista Trax, que Anna Mosquera y yo, autores de este blog, dirigimos durante cuatro años en los que aprendimos muchísimo sobre el periodismo y la edición. Queremos dar las gracias a Fernando y a todos los que en el libro tienen un recuerdo para la revista, a la que se otorga un destacado papel en esta obra. Reproducimos el texto a continuación, esperando que sea un acicate para que os hagáis con un ejemplar de Warm-up!

Llorenç Roviras

La edición española de la revista Trax se publicó de octubre del 2003 a junio del 2007. Entre medio, hubo dos cambios de compañía, dos variaciones de formato y un cambio de nombre. Fue una existencia breve y accidentada. Sin embargo, creo que hizo cierta mella entre los amantes de la música electrónica. Para mí, que fui su director, la revista está a un nivel parecido al de cabeceras que la precedieron como Self, Disco 2000 y Dancedelux, que, junto a algunas de extranjeras, fueron nuestros referentes.

Desde que Trax dejó de publicarse, mucha gente me ha preguntado por qué no funcionó. Mis respuestas siempre han empezado con un preámbulo del tipo: “Las razones son variadas y complejas…” Y mis interlocutores no siempre han tenido el tiempo o la paciencia para escuchar todo lo que tenía que contarles. Fernando Fuentes me pidió hace poco un texto sobre la revista para este libro, lo que le agradezco enormemente ya que me brinda la oportunidad de explicar por fin con todo detalle cómo nació, cómo vivió y cómo murió Trax. Empecemos, pues, por el principio.

A mediados de los noventa se produjeron dos grandes eclosiones musicales que me sedujeron por igual: el fenómeno indie y el boom de la música electrónica. En la adolescencia ya repartía mi melomanía entre el rock duro (Led Zeppelin, Van Halen, The Cult) y el techno-pop (The Human League, OMD, Visage), con lo que estaba encantado con la doble efervescencia del momento. Iba al festival de Benicàssim y al Sónar, al club A Saco y al Nitsa. Incluso hice un programa junto a Toni Ramon en Matadepera Ràdio llamado “Guitarres vs. sintetitzadors”, que reflejaba este interés por ambas músicas.

Por esa época yo solía ir a ver en directo “Exòtica Ràdio”, el programa que conducía en la misma emisora Vicenç Batalla. Vicenç me invitó a participar en el festival Freestyle de Terrassa, que se realizó de 1999 al 2001, y me introdujo en publicaciones como Rock & Clàssic, suplemento semanal del diario Avui, y Rockdelux. Yo escribía desde 1998 para Rock Sound, cuyo jefe de redacción, Jordi Meya, había sido compañero de universidad mío. Esta revista era, si no voy equivocado, la primera que la editorial francesa Freeway publicaba en español. Al menos era con toda certeza la primera de carácter musical. En Francia el grupo editaba también Trax desde el 97, y por entonces tenía un buen número de cabeceras centradas en distintos estilos musicales. En España, unos meses después de Rock Sound, lanzó Tierra, una publicación dedicada a las músicas del mundo, en la que también colaboré. Un hecho distintivo de las publicaciones musicales de Freeway era que todas iban acompañadas con CDs con temas de los artistas entrevistados en sus páginas. Ellos fueron los que introdujeron este concepto en España, que más adelante adoptarían otras revistas.

Con Vicenç hablamos en varias ocasiones de lo fantástico que sería disponer de una edición en castellano de Trax. Le pasé el contacto de Fran Machado, el director de la oficina española del grupo, y los dos llegaron a verse para hablar de la posibilidad de sacar la revista aquí. Sigo pensando que la revista tenía que haberse publicado entonces, justo antes del cambio de milenio, cuando los indicadores de popularidad de la música electrónica estaban en el rojo, y que Vicenç era la persona ideal para dirigirla. Pero los franceses le dieron muchas vueltas y en el 2003, cuando finalmente se decidieron, el panorama tanto musical como periodístico había cambiado radicalmente.

La empresa tanteó entonces a varias personas para el cargo de redactor jefe. Vicenç se había ido a trabajar a Francia y no era una opción. Jordi Meya y Xavier Cervantes, jefe de redacción de Rockdelux, me recomendaron y, tras las pruebas de rigor, resulté elegido. Empecé a trabajar en junio del 2003 y el primer número de la revista salió en octubre. El grupo de portada fue The Chemical Brothers, el mismo que seis años antes —mera casualidad— había ocupado la primera portada del Trax francés.

Fichamos a Anna Mosquera i Bondia, con quien había trabajado en algunos fanzines y en el suplemento Què Fem de La Vanguardia, como coordinadora de redacción, y a Christine Risé como directora artística. Carlos C. Moysi, exdirector de Tierra, se encargaba de los ‘samplers’, que es como llamábamos a los CDs recopilatorios incluidos con la revista. Por aquel entonces, la empresa propietaria de la cabecera ya no era Freeway, sino Ixo, otro grupo francés. Llamé a algunos periodistas musicales que conocía para que me ayudaran a hacer la revista, y otros muchos se me ofrecieron.

Trabajamos con mucha ilusión y empeño. Pero pronto surgieron conflictos. Nuestros colegas galos nos debían proporcionar una parte de los contenidos y resultó que su estilo de redacción era totalmente distinto del que nos gustaba a nosotros. A los que llevábamos la revista, los textos nos parecían muy literarios, y poco a poco fuimos prescindiendo de ellos. Con buen olfato, Alexandre Jaillon, redactor jefe del Trax francés, había decidido dar un giro a la revista, exclusivamente dedicada en la música dance en un principio, y hacerse eco del interés que despertaban en aquel momento artistas como Radiohead y The White Stripes. Pese a lo mucho que nos gustaban estas formaciones, nosotros decidimos no seguir ese camino. En Francia, Trax podía hallar un hueco de mercado en ese punto de equilibrio entre las guitarras y los beats. En España, entre las revistas de pago y las gratuitas, este segmento ya estaba superpoblado y nuestro nicho, entendíamos, era la electrónica. Aún así, mis gustos personales me llevaron a dar cobertura a artistas como Animal Collective, !!! y Milton Nascimento, licencias, algunas de ellas, probablemente injustificables.

Jaillon había creado una revista fantástica partiendo de la nada y nosotros lo teníamos mucho más fácil: ya teníamos el concepto y sólo debíamos ocuparnos de pensar qué podíamos mejorar. Decidimos prescindir de Blind Date, el artículo mensual en que se daban a escuchar varios discos a un artista sin enseñarle las carátulas y se le pedía la opinión, y crear nuevas secciones fijas de tecnología, internet y reducción de riesgos. También pusimos en marcha una colección de artículos monográficos sobre los estilos de la música dance. Tuvimos la fortuna de contar para esto con Luis Lles; sin él, seguramente no lo hubiéramos llevado a cabo.

La visión que Anna y yo teníamos de la revista difería en ocasiones de la que tenían nuestros propios comerciales, los anunciantes, el departamento de arte, la dirección de la empresa y las discográficas y el resto de actores sociales que nos proporcionaban nuestra materia prima. Defendimos siempre nuestra postura, negociamos permanentemente y cedimos muchas veces. Nada que no haya ocurrido de forma continuada y sistemática desde los inicios de la prensa periódica. El problema fue que al no cumplir los resultados económicos esperados, poco a poco fueron aumentando las presiones para que hiciéramos una revista más comercial, más rockera, más enfocada hacia la moda… No tenemos nada en contra de las revistas de tendencias —algunas nos encantan—, pero a nuestro entender la música electrónica tenía suficiente interés por sí misma y no necesitaba ganchos externos para hacerla más atractiva.

En mayo de 2004 conseguimos cambiar el subtítulo “Electrónica, club, moda, cultura” por el de “Música electrónica y clubbing”, que se ajustaba más a los contenidos que queríamos ofrecer. Y en octubre renovamos las tipografías de la portada, que para nosotros era el punto que peor había envejecido del diseño, por otro lado estupendo, que habíamos heredado de nuestra hermana mayor francesa.

Trax empezó con un presupuesto más bien alto que se fue corrigiendo a la baja al constatar que los números no salían. Pecamos de optimistas. Las ventas de la revista no alcanzaban los mínimos esperados y muy pocos anunciantes se animaron a apoyarnos. Entonces ya debatíamos las posibles causas del problema y sus soluciones. Entre las primeras, estaban, de más general a más concreta, las que paso a citar. En primer lugar, el lector español podía escoger entre pagar 4,95 euros por Trax o coger gratuitamente cinco o seis revistas de cualquier bar, tienda de discos o de ropa de su ciudad, cosa que no ocurría, por lo que yo sé, en Francia, Inglaterra o Alemania. En segundo, internet iba penetrando de manera decidida en los hogares y cada vez más gente podía informarse sobre sus artistas favoritos y descargarse su música sin salir de casa. La implantación de la red era todavía muy incipiente en 1998, casi nadie disponía entonces de ADSL (el servicio de intercambio de archivos Napster, por ejemplo, se creó un año más tarde). En cambio, en el 2003 ya estaba muy consolidada. Eso afectaba a Trax de dos maneras: nos hacía perder lectores potenciales y las discográficas disponían cada vez de menos recursos para dedicar a publicidad.

Además, cuando Trax salió al mercado, el interés por la música electrónica había decaído notablemente respecto al que había antes del cambio de milenio. Es decir, que si la industria musical general estaba en crisis, la de la electrónica era galopante. Y tampoco debemos descartar el hecho de que posiblemente no acabamos de acertar con el modelo de revista, y de que si la hubiéramos hecho de otro modo quizá hubiéramos logrado mayor número de lectores.

Pese a todo, al año de empezar habíamos alcanzado cierto equilibrio y parecía que avanzábamos con una suave brisa de popa. Pero en agosto del 2004, el grupo Ixo Publishing hizo suspensión de pagos. Las razones de ese acontecimiento se me escapan. La empresa poseía un buen número de cabeceras musicales, además de las dos Trax, y sufría sin duda los efectos citados, pero tenía también otras publicaciones sobre el mundo del motor y del ocio, y supongo que concurrieron condicionantes particulares. Imagino que en los años anteriores la compañía había crecido demasiado y al llegar la crisis no pudo soportar unos gastos de estructura demasiado elevados. En cualquier caso, el director de la oficina española, Fran Machado, vendió sus acciones de Ixo para independizarse y fundó Immpress, y las publicaciones de aquí siguieron saliendo sin solución de continuidad, aunque bajo otra editorial. Para los que hacíamos Trax y para los que la leían parecía que nada había pasado. En realidad sí ocurrió algo, porque sólo cuatro meses después el propietario anunciaba a todos los empleados que la empresa cerraba. A los trabajadores la noticia nos cogió por sorpresa y muchos vimos en este cierre repentino una operación sospechosa. La información que teníamos hasta entonces es que las cabeceras eran —unas más y otras menos— rentables.


En la foto: Llorenç Roviras, Christine Risé, Anna Mosquera y Joan Bacardí en el stand del Sónar 2005

Con los números que nos proporcionó el departamento de contabilidad, y recortando un poco por aquí y un poco por allá, Christine Risé, Anna Mosquera y yo nos animamos a buscar una nueva casa para Trax. No recuerdo si DancePress, la empresa que publicaba la revista Deejay, nos vino a buscar o si fuimos nosotros los que les ofrecimos publicar Trax. El caso es que hablamos y nos entendimos en seguida. Jordi Carreras, el director de la compañía, nos informó que su proyecto económico sería algo más modesto (se recortarían notablemente los gastos, incluyendo nuestros sueldos) y nos garantizó total independencia artística. Firmamos encantados.

La segunda etapa de Trax empezó en febrero del 2005. Los cambios respecto al ciclo anterior fueron mínimos. El subtítulo se reducía a un escueto “Electro”, pero se mantuvieron el diseño, las secciones, los colaboradores y la filosofía. DancePress adquirió un producto que le gustaba e hizo lo que pudo para relanzarlo. Jordi creó un servicio de alertas por SMS y email para los lectores, durante muchos meses envió gratuitamente Trax a todos los anunciantes de la Deejay para engancharlos e ideó multitud de maneras de promocionar la revista. Durante bastantes meses se puede decir que vivimos moderadamente felices. Pero las dos crisis, la discográfica y la editorial, seguían avanzando sin freno, y lo que se ganaba por un lado se perdía por otro.

El número 23 salió ya sin lomo, como medida de recorte de gastos. Ir reduciendo el número de páginas y la calidad de los contenidos no es la mejor forma de transmitir a los anunciantes y lectores una imagen de estabilidad y confianza, pero era o eso o cerrar. Por usar el nombre Trax pagábamos una licencia a Cyber Press, la editorial gala que se había hecho con los activos de la desaparecida Ixo. Sin embargo, la relación con esta empresa era nula y nuestros caminos divergían cada vez más. Cuando se acabó el contrato, decidimos no renovarlo, y en febrero del 2007 salimos con un nuevo nombre: Beat. Pese a ello, para subrayar la continuidad del proyecto, mantuvimos la numeración de la revista. El equipo de redacción —principalmente Christine, Anna y yo— éramos muy conscientes de las dificultades por las que pasaba la publicación, pero entendíamos que hacer el esfuerzo de cambiar de nombre e intentar que lectores y anunciantes se acostumbraran de él era una señal de que DancePress seguía creyendo en ella.

Recibíamos muchas cartas desde Sudamérica, donde la revista llegaba mal y tarde, y Anna sugirió venderla por internet a un precio módico en formato PDF. La red era parte del problema pero podía ser también parte de la solución. No sabemos qué pasó exactamente, pero sólo cinco meses después del cambio de nombre y a pocas semanas de poner en marcha la edición online, en la que teníamos puestas grandes esperanzas, la dirección de la empresa nos comunicó que al mes siguiente la revista dejaría de publicarse. Hubiéramos podido pelear por ella, tratar de vender la cabecera a otra editorial, con ese nombre u otro distinto, olvidarnos del papel y convertirla en webzine… Pero estábamos cansados de luchar. Llevábamos cuatro años enfrentándonos a todo tipo de adversidades y casi nos supuso un alivio quedarnos sin revista y sin trabajo. Al menos se nos permitió sacar un último número y despedirnos de los lectores.

En ese número final, el 42, Ginés Alarcón, colaborador de Clubbingspain que me presentó David Puente al principio de nuestra andadura y que se acabó convirtiendo en una parte esencial de la revista, escribió un texto de agradecimiento a los redactores, fotógrafos, ilustradores y demás profesionales que habían tomado parte en el proyecto. Me permito transcribirlo porque es breve y porque jamás podré subrayar suficientemente el crucial papel que jugaron en esta historia: “Por pelearos con la llamada a terceros para hacer entrevistas, por las fotos y crónicas en clubs y festivales en los que no habéis amortizado ni una copa, por los encargos de última hora, las prisas del cierre y otras tantas putadas de un oficio que no permite llegar a fin de mes, pero sobre todo porque esta revista sólo ha existido por la ilusión que habéis puesto en ello. Gracias.”

Curiosamente, supimos que en esa misma época el Trax francés también dejaba de publicarse. El grupo Pôle Média Urbain, propietario de la revista Technikart, compró la marca, y el equipo de redacción dimitió en bloque y a los pocos meses sacó por su cuenta una nueva cabecera, Tsugi. Las dos siguen en activo. Y fue también ese mismo momento cuando cerró la edición italiana de Trax, que tuvo, si no voy desencaminado, una existencia de un año.

Escribir este texto me ha llevado a hojear algunos números de la revista, que no había tocado casi desde que dejamos de hacerla. Pasando las páginas, he recordado cosas que tenía bastante olvidadas, he revivido muchos momentos mágicos, y he pensado que debería incluir en este balance un pequeño listado de cosas de las que nos sentimos particularmente orgullosos. En realidad hay muchas más, pero la nostalgia es tan dulce como venenosa, y ha llegado un punto en que he preferido no seguir leyendo…

Creo que uno de nuestros aciertos fue poner juntos a los artistas nacionales y extranjeros en las listas de lo mejor del año. No me consta que otras revistas españolas hayan seguido nuestro ejemplo y quizá estoy equivocado y les hicimos un flaco favor, pero a mí me parece ponerlos a parte es considerar que pueden optar a las primeras posiciones de la liga pero que no son lo bastante buenos como para jugar en competiciones internacionales. También me satisface haber dedicado un amplio dossier en el número 18 a la música electrónica “Made in Spain”, y dos portadas a artistas de aquí: Sólo los Solo, también en el 18, y Jaumëtic, en el 39. Son solo dos, podrían haber sido más.

Le tengo mucho cariño al especial Ibiza, el único número de la revista que no iba numerado (es decir que sacamos 43 números en total) y que se publicó en formato cuartilla, para poder llevarlo a la playa. Me quedé con las ganas de hacer también un monográfico sobre el Sónar (cada mes de junio le dedicábamos unos cuantos artículos, pero teníamos ideas para consagrar al festival un número entero, o más si hacía falta) y otro sobre la ruta del bakalao. Con eso hubiéramos cubierto las que a juicio de muchos son las tres aportaciones más importantes que España ha hecho a la historia de la música electrónica. La idea de los números especiales nos gustaba, y de haber tenido opción habríamos hecho otros sobre la música digital y la cultura de clubs.

A sugerencia de Ginés Alarcón, y ante la imposibilidad de entrevistar a Kraftwerk, hicimos un reportaje pidiendo la opinión sobre los padres del techno a artistas peninsulares destacados. El artículo nos solucionó una portada y tuvo además una muy buena acogida, incluso por parte del propio grupo. Intentamos tratar nuestra temática desde todos los ángulos posibles: noticias, entrevistas, reportajes en profundidad, artículos de opinión, crónicas, reseñas, listas de éxitos… Por un lado teníamos a varios columnistas fijos y por el otro la sección After Hours era un altavoz a disposición de los protagonistas de la escena —músicos, DJs, discográficas, clubes, asociaciones…— para que expresaran sus inquietudes y preocupaciones.

Iván Ramos, que durante un tiempo fue el redactor de plantilla de Trax, aportó también muchísimas ideas a la revista y, en particular, cargó con el peso de Upload, una iniciativa compartida con ScannerFM, Microfusa y el club Marcarena que pretendía descubrir y potenciar a artistas noveles sin contrato. Solicitábamos maquetas, las seleccionábamos y reseñábamos y montábamos sesiones para estos músicos y disc-jockeys pudieran actuar ante el público. También incluimos sus temas en los ‘samplers’. Compilar los CDs fue un trabajo muy grato. Intentamos que siempre estuvieran representados la mayor variedad posible de estilos y tanto músicos extranjeros como nacionales.

Además de dedicar dos páginas al mes a reflejar y explicar los trepidantes cambios que se producían en el universo digital, incluimos las reseñas de referencias de net labels junto a las de los discos físicos, en vez de ignorarlas o de recluirlas en un gueto. No vivimos la época en que la música que tratábamos se estaba gestando en el underground, ni, como he dicho antes, la fase de su popularización masiva, sino una temporada de relativo enfriamiento, pero también es necesario que haya momentos de calma en los que los hallazgos anteriores puedan ir consolidándose. Y así y todo la banda sonora de esos años es emocionante y extensísima.

En el número 15 regalamos el póster “Todo lo que quiso saber sobre el techno pero nunca se atrevió a preguntar”, que Javier Blánquez y Oriol Rossell elaboraron con motivo de unas jornadas realizadas en el Centre d’Art Santa Mónica de Barcelona. Este árbol genealógico de la música electrónica venía a complementar el Atlas de la Música Dance en el que Luis Lles describió y desmenuzó los distintos géneros de la música de baile, y que recogimos en un número especial. Un número que no tuvo la repercusión que yo esperaba, en parte porque sólo estuvo en los quioscos durante un mes, y que confío en que Luis reedite algún día, actualizado, en formato de libro.

Por último, creo que fue acertado contrapesar este enfoque analítico y didáctico con ciertas dosis de frivolidad. El baile es una actividad lúdica y gran parte de la música electrónica es eminentemente hedonista, y no tuvimos reparos en presentarlos así. Noche, fiesta y diversión son palabras que no nos dan miedo. Eso se reflejó en la viñeta humorística que publicamos durante el primer año de nuestra andadura y en los artículos de tono más bien ligero de la sección Sonámbulos que vinieron después. Nuestra postura se resumía perfectamente en la frase de la anarquista Emma Goldman “si no puedo bailar, no quiero tu revolución”, que incluimos en el segundo número, y en otras muchas citas célebres que fuimos reproduciendo discretamente al final de la página de créditos.

Trax, además del nombre de un sello mítico de house de Chicago, será siempre para mí el recuerdo más importante de una etapa muy concreta de mi vida. El recuerdo de un trabajo hecho con pasión, en el que el tiempo no tenía valor y el resultado era lo único que contaba. El aprendizaje de realizar una revista y de buscar su rentabilidad. El descubrimiento de muchos artistas, estilos, álbumes y temas. El sentimiento de formar parte de un equipo, un equipo constituido por los que estábamos en la redacción, pero también por los colaboradores externos, los anunciantes, la imprenta, los que nos proporcionaban información y discos y, sobre todo, los músicos, nuestra razón de ser. Conocimos a muchísima gente con la que se generó buena sintonía, gente que se movíamos por el mismo amor a la música que nosotros, e hicimos unos cuantos amigos con los que hemos mantenido la relación. Trax va asociado además a muchas sensaciones, a muchos conciertos, festivales y sesiones de club, a muchas noches y madrugadas viviendo la música intensamente y en buena compañía.